¿HABLAMOS DE ESPERANZA? ¿DE QUÉ SE TRATA…?
«Mire, lo he descubierto en estos meses: la esperanza es como la sangre: no se ve, pero tiene que estar. La sangre es la vida. Así es la esperanza: es algo que circula por dentro, que debe circular, y hace que te sientas vivo. Si no la tienes, estás muerto, estás acabado, no hay nada que decir… Cuando no tienes esperanza es como si ya no tuvieras sangre… Quizá estás entero, pero estás muerto. Así es».
A lo largo de estos meses he pensado muchas veces que, la lectura que hagamos de este momento que nos toca vivir, no puede ser como otra cualquiera. A nosotros no nos mueve el interés de las compañías hoteleras, ni aéreas. Sin negar que es bueno en sí mismo lo que éticamente crea trabajo y medios de vida, no tenemos puesta la mirada en el turismo que se debe activar, ni en una productividad que ha de crecer, (nos dicen, el doble de lo que era antes, a fin de recuperar el tiempo perdido y superar el retroceso vivido).
Por más justo que pueda ser todo esto, nos sigue faltando algo en la mirada, en la interpretación y en lo que nos motive y mueva a la acción. Y, por eso, tengo claro que no podemos afrontar el después de este momento, no podemos situarnos ante la «nueva normalidad», sin vivir desde la esperanza. Ningún futuro es absoluto y último si solo dependiera del hombre. El ser humano es proyección y tiende siempre hacia un algo más. Pareciera como si lo que se consigue estuviera siempre como a mitad de camino hacia algo nuevo. Siempre aspiramos a más y siempre estamos a la espera.
¿Y qué es la esperanza? ¿De qué hablamos al decir esperanza?, ¿Y de qué tipo de esperanza hablamos?
A mí, es una realidad que me fascina. Han sido muchos, muchísimos los autores que han reflexionado sobre la esperanza desde las más variadas perspectivas. Podemos hablar de la espera como una actitud humana. Hablar de aguardar, esperar y esperanza. No entro en complejas diferenciaciones (como lo sería si prestáramos atención a lo que quiere decir santo Tomás de Aquino distinguiendo entre esperanza como pasión, esperanza y fortaleza (o magnanimidad), y esperanza como virtud teologal); no es este el lugar ni el momento. Pero sí lo es para afirmar que el ser humano está llamado a la esperanza y, se quiera o no, siempre se debe elegir, con mayor o menor consciencia, entreabrirse a una aspiración de plenitud, o bien cerrarse en los límites de las «esperanzas» de lo tangible, de lo que se puede sentir y tocar.
Y esta apertura del ser humano a la esperanza no es lo mismo que la esperanza cristiana, aunque es una esperanza que forma parte de la propia identidad de la persona, hombre o mujer.
Igual que en filosofía se dice apropiándose del principio cartesiano: «Pienso luego existo», también se podría decir «vivo, luego espero», porque sin esperanza la vida no sería vida, carecería de sentido en sí misma, puesto que en realidad la existencia humana no resiste vivir en la desesperación (es decir «sin esperanza»).
Pero la esperanza no es un mero deseo, ya que el deseo tiende siempre a algo concreto y determinado. Tampoco se reduce la esperanza al mero optimismo, que tiene su meta en los cálculos, y la previsión que hace que el resultado de algo sea positivo. La esperanza, al contrario, concierne de lleno a la persona y tiene que ver con la entrega y la confianza. De hecho, el ser humano es proyección y tendencia hacia un siempre más, hacia lo que está más allá de lo previsible, hacia algo nuevo.
La realidad, que he ido describiendo en las páginas anteriores, nos habla de un mundo que encierra en sí mismo muchas notas de inhumanidad. Creo que es innegable, fácil de reconocer por todos. No quisiéramos que fuese así, pero es así hasta el día de hoy. Pero aún en este mundo, con tantas notas de inhumanidad, se puede vivir con actitudes diversas. Hay quienes viven en el lamento, y la negatividad, con el corazón endurecido. También, por fortuna y gracia de Dios, somos muchos los que intentamos vivir movidos por un dinamismo que nos lleva a buscar la Vida, a hacer lo que sea mejor, a centrarnos en vivir desde el amor y el servicio (que sanan por sí mismos), a trabajar bajo el dinamismo de la esperanza. Y cuando se vive movido por la esperanza se va haciendo experiencia de que el amor, el servicio, el corazón lleno de humanidad tiene pleno sentido en un mundo que tiene también tanto de deshumanización. De hecho, desde nuestra mirada del ser humano, es la esperanza un ingrediente del amor. Eso mismo nos dice san Pablo cuando en el precioso himno a los Corintios dice que «el amor todo lo espera» (1 Cor 13,7).
Don Ángel Fernández Artime, S.D.B. Rector Mayor
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