PALABRAS DEL PRESIDENTE

EL MILAGRO DE EMPEL

El día 8 de diciembre se celebra la que sin duda es la más española de las festividades del santoral católico: el día de la Inmaculada Concepción, un dogma defendido por los españoles desde la Alta Edad Media.

La devoción a la Inmaculada Concepción se remonta en España a la época de los visigodos. Las órdenes militares fundadas en España durante la Reconquista incorporaban a sus votos la defensa de este dogma, que reconoce que la Virgen María fue concebida sin pecado original. Los Reyes de España también hicieron suya esa defensa, hasta tal punto que hablar de la Inmaculada Concepción acabó convirtiéndose en hablar sobre la causa española por excelencia en el seno de la Iglesia Católica.

A mediados del siglo XVI, los protestantes calvinistas emprendieron la llamada “Beeldenstorm” o “Tormenta de imágenes” en el territorio de la actual Holanda, destruyendo numerosas imágenes e iconos religiosos. Muchas obras de arte sacro acabaron destruidas como consecuencia de esa ola de fanatismo. Otras fueron salvadas por los católicos de Flandes escondiéndolas en los lugares más variados. En 1568 estalló en Flandes una rebelión contra la Monarquía Hispánica, rebelión que hoy recordamos como la Guerra de Flandes. Aquella contienda enfrentó a los habitantes de los Países Bajos españoles, los pobladores de lo que es hoy Bélgica y Luxemburgo, de mayoría católica, se mantuvieron leales al Rey Felipe II, mientras los habitantes de la actual Holanda, de mayoría calvinista, se unieron a los rebeldes. Fue una guerra muy larga: duró nada menos que 80 años, y en ella los españoles se vieron en situaciones tan desesperadas como la que afrontaron en la noche del 7 al 8 de diciembre de 1585 en una aldea holandesa situada a orillas del río Mosa: Empel.

Situada al norte de la ciudad de Balduque, Empel tenía un carácter estratégico por su ubicación. Aquella noche, cinco mil hombres del Tercio Viejo de Zamora afrontaban su quinta jornada en medio del frío, del hambre y de la lluvia en Bommelward, entre los ríos Mosa (al sur) y Waal (al norte). Los rebeldes holandeses habían abierto los diques y la zona había quedado anegada, dejando a los españoles cercados y en una situación desesperada ante los barcos del comandante holandés Felipe de Hohenlohe-Neuenstein. Todo parecía indicar que la derrota de los españoles estaba próxima. Consciente de su enorme ventaja, el comandante holandés ofreció a sus enemigos una rendición honrosa, que les habría permitido salvar sus vidas. El maestre de campo del Tercio, Francisco Arias de Bobadilla, le dio una respuesta genuinamente española: “Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos”.

La respuesta española enfadó al comandante holandés, y dio orden de abrir más diques y el nivel de las aguas subió aún más, obligando a los españoles a agruparse en la colina donde se alzaba la Iglesia de Empel. Sin esperanza de victoria y confiando su suerte a Dios, los españoles empezaron a cavar trincheras para defenderse.


Durante esas labores, un soldado español encontró una tabla con una imagen de la Inmaculada Concepción, seguramente enterrada por fieles católicos para salvarla de la “Beeldenstorm” lanzada por los calvinista dos décadas antes, a pesar de lo cual la imagen conservaba sus colores vivos y sus trazos como si acabase de ser pintada. Aquel descubrimiento dio ánimos a los españoles, que lo interpretaron como una señal del Cielo. La tabla fue colocada en la Iglesia de Empel y se rezó una “Salve Regina”.

Por la noche ocurrió algo muy extraño y muy inusual en aquellas tierras: un viento gélido descendió sobre el río Mosa y las aguas se congelaron. Este hecho, que los españoles consideraron milagroso, cambió completamente el signo de la batalla: los barcos holandeses tuvieron que retirarse para no quedar encallados en el hielo, y los españoles pudieron romper el cerco y lanzarse al ataque contra los rebeldes, que huyeron despavoridos. Se dice que el comandante holandés, atónito ante lo ocurrido, comentó: “Tal parece que Dios es español al obrar tan grande milagro”.

Tras la inesperada victoria, los Tercios declararon a la Inmaculada Concepción su protectora. En 1644 el Rey Felipe IV proclamó el 8 de diciembre como fiesta de guardar en todos los dominios del Imperio español, dedicada a la Inmaculada Concepción y coincidiendo con el aniversario del “Milagro de Empel”. En 1708 el Papa Clemente XI declaró extendió esa fiesta a toda la Iglesia Católica.

Por fin, el 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción de María mediante la bula “Ineffabilis Deus”.

Diez años más tarde, en 1864, el mismo Papa concedió un privilegio especial a España y a sus antiguas provincias de ultramar: el uso de la casulla azul por parte de los sacerdotes durante la fiesta de la Inmaculada (en la Iglesia se usa la casulla blanca durante las fiestas dedicadas a la Virgen).

A día de hoy, en aquella colina de Empel en la que aquel soldado del Tercio Viejo de Zamora descubrió la tabla con la imagen de la Virgen -que ya no se conserva en la actualidad-, se alza una pequeña capilla dedicada a la Inmaculada Concepción, conocida como Capilla del Milagro de Empel

Juan Juliá Bayón. Presidente

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